6/11/06

POEMAS MORTALES

Por Ángel Borracho

I


A lo que incumba a lo consumido y gastado

de andar por ahí repitiendo cementerios,

lo que sea, no importa si se sigue miasma confesándose,

no tienen encuentro las cosas de este modo de miserias,

en noche gastar los ojos abiertos,

pisar y sentir que todo abajo suena a hojas secas,

a memorias roídas,

a porteros de lugares donde estuve cuando estaba muerto,

cuando fui una sangre a luz blanca,

cuando abrí la puerta de la ventana, y sabía lo que media,

pero afuera estaban metros distintos,

con ojeras de tanto andar enterrando ojos de poetas,

de tanto crecer, como si hubiera algo a lo que hablarle allá arriba,

en ese otro aspecto de la nada,

en ese arriba que nos mira así, tan solos en las calles,

en las tristezas, en las vueltas de labio lentas que

son confirmación de que se anda mal,

de que se debe tener muchas fuerzas para salir a vivir,

y mucha necedad para decirse vivo.

II

Sangre. Dos velas a medio enterrar en cada puerta.

No para la muerte. Nunca puede parar.

Yo tengo que estar en una calle tirado.

A esta hora es tonto. Más bien no.

¿A quien se agradecen las ruinas.? A la belleza.

Si estuviera vacío estaría muerto.

Tres dedos a medio aparecer en cada ventana.

Así con niebla los rostros son prejuiciosos.

Estoy pasando a otro. Estoy pasando a otro.

Cada cosa tiene espejos con sábanas.

Yo no quiero quitarlas.

Los ojos de las esquinas tienen ojos.

El domicilio es alto. Evito los pies. Hiede.

Mis poemas son esa mancha de sangre en el piso.

Dos velas y una mano encendida.

No tengo nada para ese fuego.

¿Ya me han sepultado? ¡Ya me han sepultado!

Yo no soy el muerto.

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