Por Emir Baudoin
Me conformo con suponer que llega un momento en la vida de cada cuál en el que muchas de las palabras y las ideas que orientaron sus actos en épocas anteriores comienzan a carecer de sentido y se ven enrarecidas por una sonsera que no tiende ni a la reafirmación ni a la esterilidad; un momento en el que el sentir, el luchar, el querer, el odiar, el amar, solo cobran sentido con base a algo que se experimentó alguna vez y que ya no pudo volver a ser igual. Noción de justicia, existencia de Dios, principios, buena y mala fe, existencia de la amistad y el amor, son ideas que comienzan a tener materialidad solo en reminiscencias cada vez más lejanas e ideales, en recuerdos cada día más reelaborados e irreales. Todo tiempo pasado es mejor porque es un tiempo mítico, idealizado, en el que podríamos dar solución y sosiego a la amargura y la sequedad de lo presente, al sinsentido de lo actual, a nuestra insoportable contingencia.
Me causan asco y admiración a la vez las personas capaces de luchar por un ideal toda la vida, los que dicen que se han enamorado más de una vez, los que han trabajado intensamente en pro de una meta particular y la alcanzan y sienten orgullo, los que tienen una patria y dicen amarla, defenderla, conocerla, y lo hacen con orgullo… los que pueden pertenecer a algo y deciden que la pasión siempre es unívoca e intensa; los que por temor o inteligencia renunciaron a la dulzura del desencanto, a la felicidad que se desprende de toda amargura, a la amargura que causa el no ser capaz de observar las cosas desde el mismo punto, de creer a pie juntillas en la bondad o la maldad de lo que como realidad se nos presenta. No es que sea sustancialmente diferente de todas esas personas. Yo también lucho, yo también amo, yo también tengo metas… es solo que las tengo con toda la desconfianza que soy capaz de brindarles, las tengo de una manera mezquina y miserable, con esta lucidez macabra que da la sensación de haber vivido mil años a los veintidós, con esta incapacidad de compasión por absolutamente cualquier miseria, sin poder considerarme precisamente un ser insensible, si no todo lo contrario. Solo puedo pertenecer estando al margen de aquello a lo que pertenezco; solo soy capaz de integrarme a la vida mediante una pulsión que tiende a la muerte cada vez con más fuerza.
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