2/12/06

Cronica Roja

Por Johan Marín

El día que liberamos al jefe llegué tarde a la agencia. Mi compañero estaba fumándose un cigarrillo y tenía cara de preocupación.

-¿Viste el otro diario?- me preguntó al verme, sin saludarme siquiera.

-No. ¿Qué pasó?

-Nada. Salió la noticia del otro asesinato extraño: la pareja que andaba en el Mercedez. La mujer dizque estaba embarazada. Nosotros debimos haberla cubierto.

-Mejor que no lo hicimos, así estamos más seguros.

-Si, pero el señor Villafañe está ardiendo de la rabia.

-Ya se le pasará.

-¡Correa! ¡Padilla! Con ustedes necesito hablar-. La voz se aseguró de que el resto de gente en la oficina se enterara del regaño.

-¿Por qué no tuvimos la noticia?- No contestamos nada, no podíamos decirle la razón y no éramos capaces de mentir. Tan sólo lo dejamos hablar.

-¿Cuántas van ya? ¿Cuatro? ¿Cinco?

-Cuatro señor –dijo Padilla un poco intimidado-, todos en autos lujosos, asesinados con las mismas armas: un 38 corto y un Mágnum 45 con silenciador, por lo que presumen que son dos los asesinos... eso decía en la prensa.

-¡Eso lo debimos haber dicho nosotros!- Padilla agachó la cabeza mientras aplastaba la colilla contra el cenicero. Yo miré al señor Villafañe con rabia.

-Quiero el próximo en primera plana, con las mejores fotos y con un informe detallado de las pistas que tiene la policía. Y no quiero excusas, señores. Si se les pasa éste, olvídense de seguir en crónica roja.

- Si señor -le dije mirándolo a los ojos-, Mañana le tendremos la primera plana, téngalo por seguro.

-Ojalá que así sea-. Dijo esto y salió caminando airoso hacia su oficina.

Nosotros también salimos. Dimos una vuelta y nos parqueamos fuera de la agencia a comer donas con café, como en las películas de Policías. El auto del jefe salió poco antes de las siete, yo encendí el nuestro y comenzamos a seguirlo. Padilla se asustó un poco.

-¿Qué vamos a hacer?- preguntó.

-Vamos a buscar la primera plana. Liberaremos al jefe.

-¿Al jefe? ¿Por qué a él?

-Porque está poseído por la lujuria de la noticia, es un pecador nato, además nos pone en peligro.

-Dios lo perdone.

-Que Dios lo perdone.

Se detuvo en un restaurante. Nosotros nos parqueamos cerca, nos bajamos, y lo esperamos al lado de su auto. Cuando salió lo abordamos.

-Señor Villafañe ¿nos da un aventón?

-¿Qué hacen por acá? ¿No deberían estar trabajando?

-Es que se nos acabó la gasolina- Dijo Padilla, que ya estaba entre el temor y la furia misericordiosa de las otras noches.

-Es que se nos acabó la gasolina- repetí yo al tiempo que abría mi chaleco para mostrarle mi Mágnum y le quitaba las llaves de su auto. Él solo abrió mucho los ojos y se subió.

-¿Qué me van a hacer?- Estaba pálido, sudaba frío y sus ojitos le brillaban.

-Nada Jefe. Sólo le vamos a dar su primera plana.

-¿Ya se arrepintió de sus pecados?

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